Estados Unidos ha revisado de forma reciente sus políticas arancelarias a nivel global, introduciendo aún más incertidumbre en un mercado internacional ya propenso a la volatilidad. Si bien las medidas arancelarias recíprocas fueron suspendidas brevemente al inicio del año, a finales de julio EE.UU. no solo las volvió a aplicar, sino que amplió los aranceles sobre productos de diversos países. Estas medidas entrarán en vigor el 7 de agosto y se prevé que establezcan una nueva normalidad en el comercio internacional.
De acuerdo con los últimos comunicados, EE.UU. mantiene aranceles elevados a las importaciones de Brasil (50%) y Suiza (39%), mientras que el Reino Unido y Australia afrontan un arancel del 10%. Para los bienes procedentes de Canadá y México que no cumplen con las condiciones del USMCA, EE.UU. impondrá aranceles adicionales del 35% y 25%, respectivamente. Aunque las nuevas normas son relativamente más flexibles para ciertos países, en casos como el de Nueva Zelanda —cuyas exportaciones coinciden en gran medida con las australianas— incluso tasas bajas pueden traducirse en pérdida de competitividad y consecuencias negativas.
Los modelos económicos mundiales indican que estos aranceles reducirán el PIB estadounidense en un 0,36%, lo que equivale a una pérdida anual de unos 108.200 millones de dólares, o 861 dólares por hogar. Aunque EE.UU. intenta paliar parcialmente estos costes forzando a los fabricantes extranjeros a reducir precios, en última instancia serán los consumidores y empresas estadounidenses quienes asuman la mayor carga. Además, las importaciones y exportaciones de EE.UU. podrían disminuir en cientos de miles de millones. Todo esto refleja un aumento de los costes en la cadena de suministro y una asignación ineficiente de recursos.
Los nuevos aranceles también provocarán caídas significativas del PIB en otros países. En Suiza se prevé una reducción del 0,47%, en Tailandia del 0,44% y en Taiwán de un 0,38%. Australia y el Reino Unido, favorecidos por aranceles bajos, podrían experimentar beneficios limitados en el corto plazo, aunque la sostenibilidad de esa ventaja a largo plazo resulta dudosa.
Aunque los nuevos aranceles son en general más bajos que los anunciados en abril, su impacto en las dinámicas globales del comercio ya es profundo. El optimismo generado por la suspensión de los aranceles recíprocos en abril se disipó rápidamente, ya que este cambio de política puede volver a desestabilizar las cadenas de suministro. Los aranceles estadounidenses de al menos un 10% o un 15% ya se consideran la nueva normalidad; un contexto que fabricantes y exportadores de todo el mundo deberán afrontar. La reducción de los inventarios de las empresas en EE.UU. indica que las presiones de abastecimiento y la volatilidad de los precios volverán a intensificarse.
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Esta ronda de ajustes arancelarios no supone únicamente un cambio puntual de política; constituye una auténtica prueba de resistencia para el sistema comercial global. Los países deben analizar en detalle su papel y su grado de dependencia dentro de las cadenas de suministro, y desarrollar estrategias de gestión de riesgos proactivas. Aquellos que busquen oportunidades en medio de la inestabilidad necesitarán entender la lógica económica que subyace a estas políticas para lograr una ventaja competitiva.